2 Encima de él había serafines. Cada uno tenía seis alas; con dos cubrían su rostro, con dos cubrían sus pies y con dos volaban.
3 Y uno al otro decían: "Santo, santo, santo es el Eterno Todopoderoso, toda la tierra está llena de su gloria".
4 Y a la voz del que clamaba, los quiciales de las puertas se estremecieron, y la casa se llenó de humo.
5 Entonces exclamé: "¡Ay de mí. que soy muerto! Porque soy hombre de labios impuros, que vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, al Eterno Todopoderoso".
6 Entonces voló hacia mí uno de los serafines, con una brasa encendida en su mano, tomada del altar con una tenaza.
7 Con la brasa tocó mi boca, y dijo: "Mira, esto tocó tus labios, y ha sido quitada tu culpa, y perdonado tu pecado".
8 Después oí la voz del Señor, que dijo: "¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?" Entonces respondí: "Aquí estoy, envíame a mí".
9 Y dijo: "Ve, y di a este pueblo: 'Oíd bien, y no entendáis. Ved bien, y no comprendáis'.
10 "Entorpece el corazón de este pueblo, agrava sus oídos, y ciega sus ojos; para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta y sea sanado".
11 Yo pregunté: "¿Hasta cuándo, Señor?" Y él respondió: "Hasta que las ciudades estén asoladas y sin habitantes, las casas queden desiertas, y los caminos arruinados.
12 "Hasta que el Eterno haya echado lejos a los hombres, y la tierra quede del todo desamparada.
13 "Y si quedara en ella la décima parte del pueblo, volverá a ser destruida. Pero como cuando cortan el roble y la encina, queda el tocón, así quedará el tronco de ella, la semilla santa".